El
número áureo y la belleza
La proporción divina como la
conocen otros o la medida técnica para definir la estética. No me voy a alargar
en la descripción de la ecuación algebraica para no enredar al lector (consultando
la Wikipedia creo que es suficiente para tener una idea), pero sí dejar una
pincelada de mi opinión como la de muchos otros de no estar de acuerdo con
algunos de los adjetivos que se le han colocado a tan maravilloso principio,
como el de ser el representativo de la belleza ligándola a la perfección. Digo
que no estoy de acuerdo, porque son muchos los valores que dan belleza a las
cosas fuera de un frío cálculo. Son cientos de actividades que fuera de esa
proporción inspiran un ¡Oh! en el espectador. Lo mismo en la arquitectura como
la pintura o la fotografía. Además, la proporción no es sinónimo de perfección
fuera de unas medidas.
En arquitectura tenemos el ejemplo de la catedral de
Burgos, una belleza impresionante y que un pequeño desvío en la cara norte hace
que sus proporciones no sean las correctas, pero no por eso deja de ser
perfecta y maravillosa. En el lado contrario está la catedral de León (en mi
opinión, no tan maravillosa como la anterior), muy perfecta de medidas y con
varios siglos de obras de mantenimiento porque se les cae. Pero pasa lo mismo
en la pintura y no digamos en la fotografía, donde la libertad es casi
absoluta. Una disciplina que nació un poco al rebufo de la pintura por querer
recoger el instante mágico que no se podía pintar. Así, que no es extraño que
los primeros fotógrafos condicionados por dichas medidas traspasasen la
proporción divina a sus fotografías. Pero así como en la pintura vinieron los
Picasso y otros a decirnos que había belleza más allá de este canon. En la
fotografía pasó lo mismo, para enseñarnos que el movimiento, el halo, el
desenfoque, la desproporción, el grano, incluso el color, no serán técnicamente
perfectos pero son también una forma de belleza. No me imagino yo a Picasso,
entre otros, presentándose a un concurso de pintura. Lo que me lleva a poder
decir, y como tal una opinión subjetiva, que el academicismo acaba donde
empieza el gusto personal. Que en una escuela, universidad o centro, te podrán
enseñar todo cuanto a técnica se refiera a la materia que curses, pero tienes
que ser tú quien diga cómo usas esos conocimientos en la busca de la belleza o
el desarrollo de lo aprendido y esperar críticas o halagos en función del mayor
grupo de personas que se identifiquen con lo que has creado, que puede no ser
perfecto pero sí bello. Que en la perfección técnica asociada al número áureo y
más allá de eso, no hay nada más que una fría ecuación. Aunque sin ser iluso y
reconociendo los grandes pasos que se están dando en la homogeneidad del
academicismo uniformarte del gusto, y lo entiendo, porque eso amplía el mercado
de los más media de turno. Porque la belleza es un sentimiento, no una medida,
y que nadie es quién para decir a otro lo que es bello o no, que lo bello para
uno puede ser horroroso para otros. Como que tampoco se puede pedir a otro que
mire por tus ojos en busca de la belleza, porque es imposible. Porque en la
belleza no sólo se valora lo que se ve, sino el sentimiento que inspira o la
carga emocional que crea en el espectador y por tanto personal. Todo esto, sin
menospreciar o tener en consideración la medida o gusto de la mayoría, en
demasiadas ocasiones equivocada.
Llegados a este punto, me
gustaría hacer un pequeño homenaje a Vincent Van Gogh y otros, que saltándose
las normas o medidas del gusto academicista han llegado a ser referentes. Porque
los cánones acaban donde empieza el gusto y la personalidad del autor, que
puede ser mayoritario o no, pero que nos indicara su forma de ver la vida y de
intuir la belleza. Porque tampoco el academicismo ni la perfección de las
medidas les libró de ser repudiados por los críticos y la mayoría de su tiempo
y que hoy se tirarían de los pelos viendo lo que después han llegado a ser. Es
por eso, que no comparto el gusto de algunos por los jurados en la bellas
artes, porque no son sino la expresión máxima de un gusto homogeneizado y
homogeneizador de lo personal o academicista. La tiranía de lo técnico frente
al concepto personal de la belleza. Que lo bello y hermoso para ti no tiene que
serlo para los demás.
Terminar diciendo que, este pequeño ensayo es la
reivindicación personal de la libre expresión del individuo ante la mayoría. El
derecho a sentir, creer, ver, expresar y crear, aquello que siente como bello,
sin menoscabo de la libertad de los demás a discrepar de su gusto, pero sin las
cortapisas de las mayorías, sean estas respaldadas por la técnica o por el
gusto mayoritario…