domingo, 13 de septiembre de 2015

Un paseo por la ciudad de Estella-Lizarra.
Estella-Lizarra es una de esas ciudades hechas con el cincel de la historia y que le ha conferido su carácter especial y romántico. Donde todavía cuando se mira se puede contemplar como espíritus del pasado a los últimos luchadores por la independencia del viejo reino navarro que apostados sobre las murallas del castillo mayor se niegan a entregar su lealtad a quienes por la fuerza y con mentiras quieren hacerlos súbditos de reino extraño. Ciudad de viejas murallas y antiguas puertas que nos hablan de su vocación defensiva. Pero no se engañen, la ciudad siempre ha estado abierta a la razón y la cultura, crisol de razas y camino de Santiago.
Ciudad hecha de burgos que hermanados luchan por conservar sus costumbres y que admite como enriquecimiento cuanto de bueno traen los nuevos pobladores. Viejas y nuevas tradiciones que la han marcado con el fuego de la ironía en el comportamiento de sus ciudadanos. Que crece despacio, sin prisas, sabiendo que será el buril de la historia quien marcara el camino por donde transitar.
Lugar de caminos que nos hablan de libertad y que nos recuerdan que siempre se está a tiempo de volver a ella. Ciudad de emprendedores, no siempre acertados, pero que le han conferido su carácter cambiante y extrovertido. Donde desde siempre, asomarse al rio Ega es una forma de mirar el paso lento de la vida, autopista natural de comercio y sustento de medievales hambres, hoy, ociosa afición. Que recupera lo que los desastre de las muchas guerras que en ella se libraron. De reciales rincones donde refrescar el espíritu en los agobiantes días de verano. Con iglesias fortaleza donde la religión se funde con la política en la preservación de las costumbres. Como la iglesia de san Pedro, matriz del sentimiento y lugar de oficios para los reyes de Navarra. Tumba del obispo de Patras y mausoleo de Pedro de Navarra, último mariscal del viejo reino que rechazo títulos y prebendas y fue asesinado por no admitir como nuevos reyes a quienes la invadieron.
De claustros de conspiración y rezo, pasos nunca perdidos y sí acompañados por la belleza de sus formas y capiteles. De calles por donde pasean su espíritu, Pio Baroja, Valle-Inclan acompañando los anhelos de sus personajes; Zalacain o el marqués de Bradomin.
Hogar de místicos donde la palabra se hace rezo de interpretación piadosa. De fuentes de chorros de vida que como manantial del tiempo sacia la sed del peregrino. De acomodo de palacios, rúas viejas y hospitales de peregrino. De puertas abiertas para las gentes de bien.
En definitiva, una ciudad para ver, sentir y vivir.

                                                                            Julián Ruiz Bujanda