PASANDO el CEPILLO
El hombre es el único animal que, en cuanto alcanza el uso de
razón, comprende que tiene que morir. Es una ingrata consecuencia del
desarrollo de nuestra inteligencia, una
lacra que no padecen el resto de animales. Para consolarse de su propia muerte
y de la de los seres queridos, el hombre desarrollo la creencia en una
prolongación de la vida más allá de la muerte. Tal pensamiento es absurdo y enteramente inverificable, lo admito, pero
ha adquirido entidad de verdad incuestionable al trasmitirse de padres a hijos.
En uno de los primeros documentos escritos que produjo la
humanidad, el poema de Gilgamesh, se expresa ya, tan tempranamente, la
angustiosa necesidad que sentimos de prolongarnos más allá de la muerte. Ese desconsuelo nos impulsa a aceptar toda
clase de fantasías ultraterrenas inventadas por la casta sacerdotal que vive de
la credulidad ajena. Que el hombre como la semilla enterrada, germine y
renazca en alguna parte es la imperiosa
necesidad que ha dado origen al gran
negocio de las religiones.
¿Cómo ocurrió? La progresiva complejidad de los ritos
propiciatorios demando cierta especialización en las personas encargadas de
realizarlos. No tardo en surgir el chamán o brujo, el gran embaucador designado
por el jefe del poblado como intermediario entre los fieles y la divinidad. El
gran embaucador le devuelve el favor al gerifalte declarándolo elegido por Dios
para gobernar el poblado y persuade a su feligresía de que los dioses desean
que unos pocos ciudadanos, la aristocracia y el clero, vivan regaladamente a
costa del resto. En eso consiste la
alianza del Altar y el Trono: el mandamás justifica los privilegios del
embaucador y el embaucador unge, en nombre de Dios, al mandamás y justifica, en
nombre de Dios, las guerras de conquista que el poderoso emprende. La comunidad
acata ovinamente los mandatos divinos, faltaría más, puesto que el sacerdote de arroga el derecho de
señalar lo que es grato a la divinidad, una decisión que el creyente acepta
porque de ello depende que alcance la felicidad eterna más allá del valle de
lágrimas.
El sacerdocio, siempre
aliado con el poder. En
última instancia, y visto desde una perspectiva puramente materialista y
moderna, se trata de conformar a los no privilegiados
para que acepten la desigualdad social como lógica y conveniente dentro del
orden cósmico sancionado por los dioses. Ése es el objetivo final, cínico y realista, de las religiones, por
evolucionadas que sean: conformar a
los explotados y mantenerlos sometidos al poder. Es la función social, ultimísima
y necesaria, del sacerdocio y de la iglesia. Si esta gente de sotana viviera
simplemente del cuento, como algunos creen, hace tiempo que habría desaparecido.
Perduran porque se sostienen en la casta dominante y porque necesitan algo en
que creer que mitigué el hecho de la muerte.
Historia del mundo contada para escépticos. (Juan Eslava
Galan)