Navarra no se vende, decían, y añado, ni se defiende. Nuestra
tierra siempre ha estado bajo sospecha y mando del gobierno central. En tiempos
con la figura del virrey, un cargo impuesto para que no nos desmadrásemos y
pretendiéramos volver a nuestra raíz como reino. Más tarde, pasamos a depender
de los gobernadores civiles como ojo de gran hermano y ahora con la figura de
nuevo cuño, para darle un tinte democrático, de delegado del gobierno. Una
misma figura para un mismo fin, vigilancia. En el café para todos de las
autonomías, esta figura sirve para colocar a los amigos y afines al partido en
el gobierno, en un puesto sin sentido y con buen sueldo a cargo del erario
público. Pero no aquí, aquí sí que le
encuentran sentido, porque viene a ser lo que siempre fue, un denunciante de
los excesos que podamos pretender. Y es en estos últimos años cuando tal figura
toma carta, no ya y sólo, de vigilante, sino de amenazador, acusador ante la
biblia constitucionalista de nuestros posibles desmanes. Nada que ver con la
ayuda a que consigamos competencias perdidas, como el control de carreteras por
la policía foral u otras competencias perdidas y tímidamente reclamadas por los
últimos gobiernos. Porque es aquí donde los dos grandes partidos se han repartido
la tarta del navarrismo ramplón que mira más lo que digan sus jefes en Madrid
que lo que realmente queremos los navarros. Hemos llegado a un punto en el que
ni siquiera nos queda aquél famoso pase foral de, se obedece pero no se cumple. Y no nos queda
ni eso, porque son estos mismos partidos quienes nos amenazan con el, nos lo
van a recurrir al constitucional. Y sin ni siquiera esperar que lo hagan, hacen
suyas todas y cada una de la directrices que otros les marcan. Porque el dinero
público es para defenderse ellos de sus propios desmanes no para defender los
derechos de todos navarros. No sé lo que pensarían ahora Amadeo Marcos o
Aizpun, pero seguro que muy contentos no estarían con la deriva de estos nuevos
adalides de las esencias navarras, que no cejan es su empeño en convertirnos en
la nada dentro de la miseria y que llaman a Navarra, Viejo Reyno, en vez de
cortijo particular.