sábado, 4 de diciembre de 2010

VILLAMAYOR DE MONJARDIN

Hablar de Villamayor de Monjardín una villa casi tan antigua como la propia historia, no es cosa baladí. La villa, situada a las faldas del monte Deio, es un punto de referencia para cualquiera que quiera conocer algo de la historia del viejo reino de Navarra, o que quiera recorrer el camino de Santiago.
Fortaleza o castillo de los primeros reyes de Navarra, aliados de los Beni Qasi, resistió las embestidas del poderoso emperador Carlomagno, para desalojar de él al príncipe navarro Fura, y dio paso a una de las más maravillosas leyendas que existen sobre la villa, y que la cargan de esoterismo.
La belleza del entorno y la determinación de sus moradores, debió de calar tan hondo en la memoria del emperador y sus seguidores, que incluso en el arcón que contienen sus restos mortales allá en Aquisgran, mandó tallar la referencia a dicha batalla, o a que Turpín la relatara en sus crónicas.
Desde su castillo, la vista se satura de todos los colores, de los rojos de la Berrueza, de los ocres de la ribera y de los verdes de las laderas de los cerros de Araneta y de la sierra de Urbasa. Y hay que respirar hondo y profundo, y dejar que el cuerpo se llene de los perfumes de los campos, de tomillo y romero, de trigo y cebada, y sobre todo de uva. Uva de carasol, suave y olorosa, fruto nuevo de vieja artesanía que llena las bodegas de buenos vinos.
La villa se estructura como todas las del camino de Santiago, en paralelo con su recorrido, pero no olvida a su antiguo valedor y se acerca hacia las faldas del monte buscando el refugio del castillo, que aunque desprovisto de sus almenas, -que dicen las crónicas tenían más de quince metros-, sigue protegiendo al pueblo de los fríos aires norteños.
Villamayor de Monjardín, escapa del despoblado y es uno de esos pocos pueblos en los que los pobladores se niegan a abandonar, y muy al contrario aumenta y se consolida. Gente determinante y decidida en hacer prevalecer sus costumbres y derechos, llegando incluso a pleitear por ellos. Como cuando en 1.298 llevaron al propio rey a los tribunales, disputándose la propiedad del monte Larramecozabala.
Casas blasonadas, y de buen porte llenan sus calles y dicen mucho de la nobleza de sus pobladores. En la villa han vivido y pernoctado desde los primeros reyes Navarros, Sancho Garcés I, y II, hasta el ultimo pretendiente en la primera guerra carlista D. Carlos Maria Isidro. Pero sobre todo, la villa es un remanso de paz y tranquilidad, - sólo rota por el trinar de los pájaros o las campanas de su vieja iglesia del románico rural-, y donde dejar que los pensamientos fluyan llenos de serenidad. Pasear camino de Chope, el viejo despoblado de Adarreta, o de la Balsa, pueden sacarte de la ingratitud del urbanismo para integrarte en la naturaleza. Sin olvidar la subida el primero de Mayo hasta el castillo, y poder besar la antigua y bella Cruz procesional de estilo románico, y que como todo buen icono religioso cargada de misterio y milagro. O acercarse a beber el agua de la fuente del Moro, cueva-bóveda de sillería, y bajar sus escaleras para encontrase con el liquido elemento que brota de las entrañas de la tierra, y que ha saciado durante siglos la sed de los peregrinos, y donde los viejos trasgos medievales del castillo, las noches de luna clara, bajan para verse reflejados en ellas.
En definitiva, un pueblo donde se puede vivir, visitar paseando o yantar en la magnifica bodega-restaurante Castillo de Monjardín.


JULIÁN RUIZ BUJANDA

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