miércoles, 17 de noviembre de 2010

LA TELEVISIÓN

Decían los viejos seudo profetas, que la televisión iba a ser el instrumento que nos iba a cambiar la vida. Y resulta que tenían razón. Apenas han pasado cuatro generaciones y cada día, y gracias en parte a ella, somos todos un poco más imbéciles y descerebrados. Estamos llegando a un punto en el que ni usaremos el intelecto para imaginar o procurarnos nuestro propio divertimento. Pasear, leer y conversar, poco a poco van dejando de ser las primeras actividades, para pasar a ocupar un puesto entre las actividades que se hacen cuando no queda otro remedio. Por el contrario, nos dejamos avasallar por programas en los que la estupidez y la imbecilidad son las virtudes con las que se adornan. En los más de los casos, la televisión es un chiste malo de la vida, y los personajes que por ella pululan, gentes sin medida de la ética y ni siquiera de la estética. Parece ser, o por lo menos eso nos informan en sus encuestas, que apretando el botón del dichoso aparato nos dejamos envolver y embaucar por los colorines y decorados de cartón piedra de las miserias ajenas. Un participante de cualquier programa de los que llaman reality es un modelo a seguir por la juventud, aunque sus inteligencias no vayan más allá del dos por dos. Un tertuliano del corazón, incluso de los que llaman de política, se convierten, por la gracia de la misma televisión, en sabios Gurús, en filósofos o adalides de la ética, de unas vidas que nos venden como ejemplares o normales. Entre todos hemos perdido la medida de las cosas y se hacen chistes sobre los pocos programas inteligentes que se programan, y se menosprecia todo aquello que nos proponga a la reflexión. En definitiva, que nunca un instrumento en pocas manos hizo tanto mal a tantos. Como decía un personaje de novela, no nos matará una bomba atómica, sino el virus de la imbecilidad adquirida en muchos años de ver televisión.    

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