martes, 9 de noviembre de 2010

TAUTOLOGIA

Mientras hablaba sofismático como senador romano, sus palabras se alzaban en saludo, más que de fe, de servidumbre. Aquél que lo miraba no sabía a que atenerse, si pensar que todo era sueño o estaba viviendo el presente. El de más allá, hacía su composición catalogando al del sermón como: Catolicus canonicus hispanicus, de la familia de los manducatis. Nada parecía haber cambiado, porque al mirar a los enfervorizados oyentes, dio en ver que a aquellos a quienes iba destinado el discurso, seguían en acabar aquel concurso, para seguir con su gusto. La misica y la putica. Lástima, pensó aquél tocado de rojo y de carácter montaraz que a la sombra de la columna se esconde, que de no haber cacareado tanto, quizás hoy no tendríamos que pagar la desidia a la que nos someten.

Al otro lado de la puerta, en la soledad de la dependencia, aquel pillastre de inmaculado atavío se las tenía en puro frenesí. ¡Qué bien enseñado ha salido el crío! ¡Qué bien que maneja el cirio! Que ya es sabido por todos, y hasta los científicos lo dicen, no retengas en el cuerpo aquello que no te sirve. Porque se ha de saber que: Sem.. retentus venenus est.
Pero volvamos al sahumado discurso y a lo que en la celebración acontecía, que de puertas a dentro, allá cada cual se entienda.
Se giró, y vio en los ojos de aquél que le estaba escrutando la intención de leer sus pensamientos, y pensó en encararse con él, pero entonces recordó las palabras de aquél filosofo judío: Cuando la estupidez abofetea la inteligencia, la inteligencia tiene derecho a portarse estúpidamente. El fisgón, que había tomado conciencia de lo que pasaba se contuvo, pues recordó, que más vale no abrir la boca y parecer tonto, que abrirla y demostrarlo.
Al otro lado, como cubiertas de una sombra elegíaca, hedía gazmoñería las candidatas a la beatitud. Enfitéutico sostén de vientos incensarios y ristras de novela vieja y maniquea.
La soflama se encendía, y las plutárquicas palabras del orador, ditirámbicas y alambicadas se esparcían cual semilla en tierra abonada.
También los había renuentes, monomaníacos, a los cuales sólo un tema les interesaba, por eso, toda la soflama de las palabras no lograba sacarlos del sopor, que en esta ocasión, no hacía sino alargar sus negras sombras que se esparcía en indeferencia. Y los nivelados, esos hombres nemésicos, oscuros y mentirosos, serviles, y las más de las veces, advenedizos en toda tierra, bostezando su ignorancia de las cosas unos, y otros, intentando disimularla con pose estoicista, y todos en conjunto, comparsas de quien disponga.
Trascurrió el tiempo de perorata, y todos, (y yo con ellos como argandillo sardónico de lo escrito), temulentos de vieja retórica abandonamos aquella jaula de los sin sentidos, almacén de la ficción y las contradicciones, y nos encaminaron para pisar aquel epitafio que también casa con algunos de los que por encima pasaban: Aquí yace en poca tierra el que toda la tenía, el que la paz y la guerra en su mano la tenía. ¡Oh tú, que vas buscando cosas dinas que loar, si tú loas lo dino, aquí pare tu camino, y no cures de más andar! Que la historia es el pan bien amasado del que la escribe, porque siempre se sabe ganador. Y la libertad no es ociosidad, si no la máxima expresión del libre albedrío de decidir lo que se quiere hacer.
Qui potest capere capiat

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